Entretanto Clarisa, con una expresión de gran melancolía, colocó todo en orden y sirvió el último plato de comida para su marido. Puso la bandeja ante la puerta cerrada y llamó por primera vez en más de cuarenta años.
-¿Cuántas veces he dicho que no me molesten? - protestó la voz decrépita del juez.
- Disculpa, querido, sólo deseo avisarte que me voy a morir.
- ¿Cuándo?
- El viernes.
- Está bien - y no abrió la puerta.
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